El día que casi vendí todo (y lo que aprendí)
Una historia real sobre miedo, decisiones precipitadas y visión de largo plazo
Todos los inversores tienen un momento así.
Un día en el que miras la pantalla, ves números en rojo, el corazón se acelera…
y piensas: “Ya está. No aguanto más. Vendo todo.”
Ese día me llegó también a mí.
Y aunque no vendí, estuve a un clic de hacerlo.
Lo comparto aquí porque sé que más de uno está en esa etapa o ha pasado por ella.
Y porque aprendí más en ese día que en muchos libros de inversión.
El contexto: todo se venía abajo
Era marzo de 2020.
Las noticias hablaban de una pandemia global. Las bolsas caían como si el mundo se terminara.
El S&P 500 perdió casi un 30% en menos de un mes.
Mis posiciones, que parecían sólidas semanas atrás, estaban en números rojos intensos.
Veía cómo mi portafolio bajaba miles de dólares por día, y empecé a hacer lo que ningún inversor debería hacer: revisar obsesivamente cada movimiento, buscando una señal que no existía.
El miedo se apoderó de mi mente. Empecé a pensar:
“¿Y si esto sigue cayendo?”
“¿Y si no recupera nunca?”
“¿Y si mejor protejo lo que queda?”
“Tal vez ya perdí demasiado…”
La trampa mental era clara: la necesidad de “hacer algo” para recuperar el control.
El disparador emocional: no era solo dinero
Esa caída tocaba algo más profundo.
No solo era ver números negativos.
Era sentir que había fallado. Que no había sabido protegerme. Que mi “plan” no estaba funcionando.
Ahí entendí algo que no te enseñan fácilmente:
Invertir no solo es una actividad financiera, también es una práctica emocional.
Lo que más quería era evitar sentirme mal.
Y vender todo parecía, en ese momento, la forma de “detener el dolor”.
El clic que no hice (por poco)
Con el cursor sobre el botón de “vender”, algo me detuvo.
No fue una revelación mágica.
Fue una nota que había dejado meses antes en mi propio diario de inversión:
“En una crisis real, todo parecerá perdido. No tomes decisiones en medio del caos. Espera al menos una semana antes de cambiar el plan.”
Fue como recibir una carta de mi yo racional dirigida a mi yo emocional del futuro.
Ese mensaje me salvó.
Cerré la laptop. Salí a caminar. Dejé pasar unos días.
No hice nada.
Y fue lo mejor que pude haber hecho.
Lo que vino después
Semanas después, el mercado tocó fondo y empezó a recuperar.
Los activos que estuve a punto de vender comenzaron a subir.
No porque yo “sabía” lo que iba a pasar.
Sino porque los fundamentos seguían ahí, aunque el miedo me los había nublado.
Si hubiera vendido, habría cristalizado las pérdidas y, peor aún, probablemente me habría quedado fuera de la recuperación.

Las 7 lecciones que me dejó ese día
1. El miedo es parte del viaje
No importa cuánto leas, cuánto sepas o cuánto diversifiques.
El miedo te va a visitar en algún momento.
No se trata de eliminarlo, sino de saber qué hacer cuando aparece.
2. Tener un plan (por escrito) cambia todo
Ese día no fue mi inteligencia la que me salvó.
Fue un plan simple, escrito cuando estaba en calma.
Las emociones gritan. Los planes susurran.
Pero si los tienes claros, los escucharás cuando más los necesites.
3. No hagas grandes movimientos en medio del caos
En los momentos de mayor volatilidad, la mejor acción suele ser no hacer nada.
Esperar unos días, respirar, y recuperar perspectiva.
4. Tener efectivo ayuda a resistir
No todo mi dinero estaba invertido.
Tener un fondo de emergencia y algo de liquidez me permitió aguantar sin necesidad de vender por desesperación.
5. No revises tu portafolio todos los días
Mirar obsesivamente los precios no mejora tus decisiones.
Solo aumenta tu ansiedad y tu sesgo de acción.
Hoy, reviso mi portafolio con una frecuencia controlada (y con más distancia emocional).
6. Recuerda por qué invertiste en primer lugar
Cuando inviertes con un horizonte de 10, 20 o 30 años, una caída de seis meses —por dura que sea— no cambia la tesis general.
Ese día casi vendí porque olvidé el “para qué” de mis inversiones.
7. No estás solo (aunque lo parezca)
Sentirse solo en momentos de crisis puede llevarte a actuar de forma irracional.
Hablar con otros inversores, tener una comunidad o un mentor puede darte perspectiva cuando más lo necesitas.
Hoy, cada caída es más soportable
Ese “día oscuro” no desapareció. Pero me dio herramientas.
Ahora sé que puedo pasar por tormentas sin perder el rumbo.
No es que ya no sienta miedo.
Es que aprendí a no obedecerlo ciegamente.
Invertir no es solo elegir activos.
Es aprender a tolerar incertidumbre, a manejar emociones, a pensar en escenarios largos mientras el corto plazo te sacude.
¿Y tú? ¿Cuál fue tu “día oscuro”?
Tal vez ya lo viviste.
Tal vez estás en él ahora.
O tal vez aún no ha llegado.
Pero llegará. Y cuando lo haga, lo importante no es si tienes miedo, sino qué haces con él.
Conclusión: No se trata de evitar los sustos, sino de sobrevivirlos
Ese día casi vendí todo.
Y fue uno de los momentos más valiosos de mi camino como inversor.
Porque entendí que invertir no se trata de evitar el dolor, sino de aprender a sostenerlo sin destruirte en el proceso.
Y tú, ¿tienes tu plan escrito para cuando llegue tu propio “clic de pánico”?
Si no lo tienes, este es un buen momento para prepararlo.
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